Y es que tengo miedo a no escuchar tu voz, a no cogerte de la mano por mitad de la calle, a reírnos de los modernos y los clásicos en temas del amor.
Que me aterra pensar que estarás a miles de kilómetros de mí, que en vez de pedir dos azucarcillos pediré uno, un café, solo y sin aliento.
Levantarme con ganas de ti, de tu sonrisa y tus expresiones y estés en otro lugar, con otra gente y entre ellas no pueda estar yo. Que no quiero ver tu sonrisa tan solo una hora, dos minutos o dos días, quiero verla siempre, en esta vida y en otras mil vidas. Admito que me gusta enfadarme contigo, que me saques de quicio y piensen que soy una loca estando contigo. Me encanta tu diminuta nariz y tu gran sonrisa, tu gran corazón y sobre todo tú.
Me molesta que me ganes en todo, que seas más inteligente que yo, tu chulería y tus ganas de vivir, de ver la vida…
Envidio tu sonrisa que siempre está contigo, a tus ojos que sobrevuelan por tus pestañas, a tus labios que escupen madurez y a ti por ser como eres.
Detesto que de vez en cuando te escondas de mí y no reflejes lo que sientes, que me gustaría trepar por tu mente y raptar esas ideas.
Quisiera sacarte la felicidad eterna de tu corazón, darte de regalo una sonrisa infinita y un beso todos los días.
Me encanta que seas quien eres, que seas imprescindible en mí, que seas la esencia que me falta todos los días y por supuesto el que me hagas feliz a cada segundo.
Tú, el chico con el apellido más bonito del universo y con la más preciosa sonrisa que nunca jamás ha existido.
Te quiero, siempre.
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